Disimular: fingir no tener lo que se tiene. Ocultar lo real haciéndolo invisible, disfrazándolo, confundiendo.
Ocultar lo real haciéndolo invisible, disfrazándolo, confundiendo.
Simular: fingir tener lo que no se tiene. Mostrar lo falso a través de parecidos, de una realidad diferente o desviando la atención.
Mostrar lo falso a través de parecidos, de una realidad diferente o desviando la atención.
Nunca puede ser una simulación de la realidad, precisamente porque esa realidad ya existe. Más bien la pintura, la buena pintura, debería tender a disimular la naturaleza, esconder detalles de ésta misma, descomponer elementos de tal forma, de manera tan sutil, que nos hagan creer que estamos viendo la realidad cuando no estamos ante lo que creemos sino ante una cierta perversión de las reglas establecidas, que traicionan la vista en una suerte de trompe l’œil pero que no engañan al intelecto, ni lo pretenden.
Los personajes que crea Jabi Machado, a medio camino entre lo grotesco y lo fantasmagórico, entre el daimon y el personaje de cuento (herederos del Goya más sarcástico; como su espacio lo es de Velázquez), se alejan de la realidad con la inclusión de una serie de elementos -o la deformación de otros-, pero aprovechando, precisamente, la realidad existente en ellos, su propia naturaleza. Quiero decir que no inventa nada, simplemente lo re-construye, lo altera de tal manera que engaña la vista haciendo creer que tal deformación existe, pero no es así. Personajes reales, situaciones comunes, paisajes por todos conocidos, vistas de la ciudad y calles por las que hemos transitado o podemos hacerlo en cualquier momento, situaciones en las que nos encontramos una y otra vez, pero, como digo, alterados de tal forma que constituyen una suerte de mascaradas que nos fuerzan a fijarnos una y otra vez hasta darnos cuenta del engaño, que, por otra parte, no es más que la inclusión de ese elemento extraño, discordante.
Pueblan sus obras caballistas que recuerdan la pintura inglesa (Cuadro falso), fiestas populares (Cruci-ficción) donde los personajes rayan con lo esperpéntico y la inclusión siempre de un módulo extraño que no se sabe muy bien qué hace en el cuadro, si entra o sale de la escena o simplemente está en una dimensión diferente. salido o formando parte de otro cuadro, como ocurre en esta última obra citada.
El imaginario de Machado se nutre de estos personajes como de circo, con atuendos inverosímiles pero perfectamente posibles. Ahí está esa disimulación de la realidad, fingen una suerte de locura que no tienen, o tal vez esto sea la mayor de las locuras. Espacios en los que algunos elementos (El hombre y el otro) crean esa discordancia de la que hablo, un colchón suspendido del techo, que nos hacen creer que nos encontramos como en un surrealismo revivido (Les trois planétes, Elliot o la música escapada, L’homme antenne), pero no hay mundo de sueños posibles en su obra porque crea la realidad desde sí misma. No es pintura surrealista ni tampoco metafísica, más bien podría tratarse de un trabajo psicológico en y desde donde bucea en los sentimientos, carencias, ausencias, nostalgias y alegrías, transformaciones de lugares comunes (Credibilidad cero), situaciones frecuentes. Sus figuras, con sus deformaciones, su forma de mirar, sus gestos… pueden parecer extrañas pero aun así se hacen familiares, muchas de ellas entrañables. Sus acciones se dan en el tiempo familiar porque ese punto de espantoso que pueden tener algunas de ellas reviste, según decía Freud, una “inquietante extrañeza”.
En su obra, la fiesta ocupa un lugar destacado (La cremat, Nocturno), pero transformada en espacio muchas veces para el desencuentro, con personajes que no parecen formar parte de la escena común (La piñata).
Por extraños que nos parezcan (El alquimista) son bastante reales y las situaciones que se dan (El cielo alcanzado) están a la orden del día. obras, algunas, en las que la realidad contada se reviste de crueldad (La ciudad cobarde), de análisis valiente de una situación límite, de la desesperación a la que todos podemos estar abocados, una situación que él extrapola cambiando las escalas, empequeñeciendo esa ciudad traidora y engrandeciendo al hombre y su desesperada acción. Pero todo parece formar parte de una gran farsa, el “gran teatro del mundo”, cerrando la escena como con un telón barroco. Escenas de seducción imposible (La ciudad enmarcada) cuando a quien pretenden seducir es a nosotros, seducir con la mirada, con la duda siempre de qué está ocurriendo en el cuadro. Transparentan otros asuntos mayores, nos ofrecen una manera de traspasar, un mirar a través de.
Y esta es una de las dudas más tremendas ante una obra de Machado: ¿qué ocurre realmente dentro? Es más, ¿sucede en el cuadro o éste es sólo lo que nos deja ver? Duda y problema porque lo verdaderamente complejo es la cantidad de cosas que suceden en una sola obra. Suceden los personajes, suceden las escenas, sucede la naturaleza, sucede el espacio. Y es complejo porque nunca simula que ocurre algo, nunca pretende hacer creer que pasa lo que no pasa; más bien disimula, enmascara, distrae lo que realmente acontece en cada una de sus obras. Disimula el espacio, el aire, lo aéreo (La tormenta), la escena mediante la interposición de elementos, pero que forman parte de la misma, simplemente están cambiados de lugar (Santamaría Madre de Dios).
En esta disimulación crea espacios más allá del límite del cuadro, en una suerte de pintura expandida que rompe la línea que marca la tela y se atreve con unas “irreverencias” compositivas que muy pocos son capaces de hacer y muchos menos de ejecutarlo con suerte. Personajes y escenas incompletos pero no rotos (Extraña fiesta I, Los pies en la tierra).
En definitiva un trabajo de puro fingimiento porque la pintura, además, nunca es real, nunca es real lo que vemos, sino disimulo.
Juan Ramón Barbancho